Su hogar es el segundo barco más antiguo del mundo que sigue activo.

Fernando Zuccaro de 60 años nacido en La Plata Argentina, desde niño tuvo una afición por el mar. Cuando era pequeño junto con su hermano y unos amigos veían la orilla de Colonia, en Uruguay al otro lado y pensaban que podían cruzar sin problemas.

Unos años después cuenta que se pusieron en acción. “Armamos una balsa con cuatro cubiertas infladas y el respaldar de una cama. Aprovechamos la siesta de un vecino para comprobar si flotaba e hicimos remos con escobas. Luego tomamos el micro que nos dejaría en el puerto de La Plata”, cuenta Fernando.

“Llegamos al río, nos subimos a la balsa y salimos por la dársena. Pero ahí nomas se nos vino encima un barco mercante y nos dimos cuenta que no era tan fácil como creíamos. Dimos la vuelta. Era invierno. Volvimos abatidos. Teníamos diez u once años”, recuerda entre risas el ahora Capitán.

Hoy a bordo de su casa, el “Goleta Gringo”, un velero de mástil alto que data de 1886 y es considerado uno de los barcos más antiguos del mundo que continua activo, vive con su mujer Bárbara y con sus hijos, además de otros familiares que suelen estar ahí.

“En los años ochenta uno aprendía a navegar con grandes maestros y muy buenos libros. No era como ahora. Ibas como grumete (aprendiz de marinero) en el barco de alguien y después de demostrar que habías hecho diez cruces a Colonia, rendías un examen muy áspero en la Escuela Naval de la Armada”, cuenta Fernando.

Fernando había sido dueño de otros barcos antes del Goleta Gringo, su primer navío fue el Jano II. “Vi un anuncio en una revista. Tenía un precio absurdo y estaba en San Isidro. Había quedado trabado en una sucesión y estaba podrido. Lo compré con un amigo y salí desde allá en dirección a La Plata. Cargué nafta en el Riachuelo y cuando estaba entrando al puerto, hubo una sudestada de fuerza ocho y me hundí. Me rescató el Draga 259 Mendoza”

A pesar de sus tropezados inicios, Fernando continuó comprando barcos y se hizo de uno desarmado en el Yatch Club de La Plata. “Era un Light Crest diseñado por Germán Frers que se llamaba María B. La cosa ahora sí iba en serio. Navegaba con amigos a Montevideo o Punta del Este. Ahí aprendí mucho y nunca dejé de hacerlo. Pasaba más tiempo en el agua que en tierra. Mi mamá todavía guarda mi primera brújula”

Desde entonces no vive en una casa, sino en un barco. Incluso atravesó el océano a vela en un Narval llamado Marian Dik que lo llevó hasta Europa.

Cuenta como todo el tiempo estaba en busca de navíos por comprar, una ocasión estuvo cerca de comprar un remolcador alemán con un casco bonito, pero sus amigos se lo impidieron.

“(Mis amigos) me recomendaron buscar veleros rápidos cargueros, como el antiguo Pegli. Me costó muchísimo encontrarlo, hasta que un día me avisaron que estaba en Rincón de Milberg. Llegué a verlo y me dijeron: ‘Ahí lo tienes’. Estaba hundido”, recuerda sobre el que terminó siendo su hogar.

“Lo compré por 1.500 dólares, como chatarra. Lo saqué a tierra para repararlo. Media bodega estaba llena de barro, ratas, restos de zapatillas… Todo lo que arrastra el rio Luján. Me pasé dos días sentado en el astillero mirándolo y pensando qué hacer. Pero era tan perfecto que no lo podía dejar morir”.

Le llevó seis meses reparar aquel viejo barco ‘inservible’ para muchos pero con un poco de ayuda logró tener un barco de 29.80de flotación (alto) y 37.60 de eslora (largo), Su orgullo es haberlo restaurado con sus propias manos dese la madera hasta las fundas de colchón en los camarotes. Agradece siempre a quienes lo apoyaron quien considera “gente de primera”.

Su nombre se traduce como “Gringo Loco” ya que así le llamaban al martillar esa chatarra. “Cuando el barco tuvo un mástil y volvió al agua, la gente dejo de llamarme “loco”. Y, no solo me decían “Gringo” a mí, y al barco. Mientras que goleta refiere a todo buque de más de dos palos”.

Su barco originalmente fue construido en el Astillero de Roncallo de Génova en Italia y su nombre original era Luigino Palma, antes de Pegli. Su primera navegación fue en 1886 y de acuerdo a algunos desapareció cuando estallaron las guerras mundiales.

«Es un barco que navegaba cargado. ¡Traía hasta 350 toneladas! Salía de la Toscana con mármol de Carrara que descargaba en Irlanda. Ahí se llenaba de carbón de piedra y venía a la Argentina. En el puerto de La Plata limpiaban la bodega a escobazos, lo llenaban de trigo y zarpaba de vuelta al Viejo Continente», cuenta Fernando

Ahora Fernando vive tranquilamente en su barco con su familia ya que dice que no le falta nada ahí. “Tenemos seis camarotes dobles con baños y ducha, además de dos camarotes cuádruples. Las camas son grandes. Contábamos con un chulengo (parrilla para asar), pero una ola lo tiro al agua. Vivimos sin cerradura. No hay ruidos de bocina. Y recién estábamos almorzando en la popa mientras los delfines saltaban a nuestro alrededor”, detalló.

¿Tú podrías vivir en un barco? En estas épocas de la pandemia sin duda sería de ayuda. Comparte esta nota para sorprender a tus amigos con la vida de Fernando.